Para Las Hermanas Magus: La ladrona y el dragón
PARTE 3 - FINAL
—Vía libre.
El roedor salió disparado en busca de un hueco
fresco donde refugiarse. A duras penas había conseguido el pobre animalito aguantar las altas temperaturas en su confinamiento de cuero. La ladrona, para aportarle protección,
empezó a acariciarle detrás de las orejas.
—Ya pasó, ya pasó… ¿Ves? Estamos al otro lado.
Sonaba muy fácil, mas llegar a ese otro lado no
había sido moco de pavo. En un par de ocasiones estuvo la joven a punto de
tropezarse. Las llamas imperecederas habían chocado contra su escudo llegando
a casi desestabilizarla. Además, para dar con la ruta correcta, había tenido
que volver sobre sus pasos más de una vez. Encontrar unas pisadas dragontinas
había permitido que se decantase por este agujero entre las rocas.
—Mañana tendrás ración doble. Te lo prometo.
Se frotó el pantalón. Entre la ceniza, las hojas y
la tierra, ya no tenía gran cosa de una prenda de vestir.
—¿Seguimos?
Interpretó el silencio del animalito como un sí. De
todas maneras, era una estupidez pegar marcha atrás. El tesoro debía de
estar cerca. Lo sentía, al igual que aquella misma impresión de ser vigilada.
Ahora bien, por más que se diese la vuelta, no conseguía localizar qué la ponía
en esa ligera situación de malestar.
Prosiguió con su avance por una retorcida galería
que, aquí y allá, no era mucho más alta que su cabeza. Debía de haber otra vía,
sin lugar a dudas,
mas ella seguramente
no sería capaz de descubrirla a menos que alguien le chivase con antelación el
emplazamiento exacto de dicho pasaje. Por otra parte, esa entrada alternativa debía de
tener unas «pruebas» más mortíferas que este «paseo» por el que había llegado.
De no ser así, ¿cómo llegaría el dragón a transportar sus riquezas por unos
recovecos como estos?
Se rasgó la rodilla con una piedra a su izquierda.
Gastar sus energías para cruzar los ríos de lava había aumentado el cansancio
en su cuerpo, así como disminuido sus reflejos. Movió la cabeza para
espabilarse y dibujó una nueva sonrisa en sus labios. Podía hacerlo. Nada, ni
nadie, la detendría.
«Ya descansaré sobre una cama de oro», pensó con
ironía al imaginarse echándose una siesta bien merecida sobre un posible montón
de lingotes de oro en el interior de este precioso palacio de piedras tan
brillantes como las estrellas del firmamento en un mar de colores dorados.
Aunque
la ironía pasaría muy pronto a ser una realidad y, no por ello, de las más
doradas que existiesen. Había explorado tumbas en el pasado, mausoleos,
guaridas abandonadas… pero nada que pudiese ser comparado con lo que hallaría al final de su aventura.
«Esto… no… era exactamente lo que buscaba.»
Tallados en la roca de este mismo subterráneo, unos
pilares se alzaban hasta perderse en la oscuridad de una sala únicamente alumbrada
por los cristales luminosos
de sus manos. El ambiente no era frío, sino justo lo contrario. Sin embargo, la
totalidad de esta… cueva… desprendía un aura de… tristeza… abandono…
«¿Por qué me siento tan…?»
Unos aplausos bien definidos asustaron de repente a
la ladrona antes de
que su mente pudiese entrar en otra fase de análisis. Su intuición había sido
la correcta: La habían seguido.
—Enhorabuena —pronunció una profunda voz varonil—.Ya
creía yo que nadie conseguiría llegar hasta aquí jamás.
El eco impedía que la joven localizara al orador. Se
puso de espaldas contra una pared para que cualquier ataque que le llegase se
hiciese de cara. Sacó una daga de su bota y adoptó una postura ofensiva.
Incrementó su respiración, mas intentó mantenerse
serena.
—He superado las pruebas. No puedes hacerme daño.
—¿Daño? Daño… —La voz se quedó un momento
pensativa—. A decir verdad, nunca imaginé que tendría que «dañar» a alguien
porque, para serte sincero, estaba casi del todo seguro que nadie llegaría a mi
tesoro.
No cabía duda. Estaba hablando con el mismísimo
dragón por más incapaz que fuese de verlo. Este, por otro lado, no se detuvo en
su explicación.
—Cierto es igualmente que no había incluido a los
elementales en la ecuación… Menos aún a los de… fuego…
Con estas últimas palabras, una sombra empezó perfilarse
en la penumbra hasta representar la anatomía de un ser humano.
«Kirim…»
—Admito que siento cierta curiosidad al respecto. No
consta en mis conocimientos de la necesidad de los elementales de robar a otras
especies para sobrevivir. —Se impuso ante ella, erguido del todo, ojos en
llamas—. ¿Tan drástica se ha vuelto vuestra situación con el tiempo?
Sonrió con malicia al acercarse a la muchacha con un
avance serpentino.
—Tal vez podamos llegar a un «acuerdo».
Comenzó a aproximar la mano al rostro femenino. No
obstante, nunca llegaría a tocarlo, pues una mano, la no armada, lo apartaría
con un gesto seco antes
de que un enorme suspiro saliese de los labios de la joven. Esta se alejó del ser místico sin miedo.
—Lo siento, abuelete. Que seas un dragón no te da
derecho a tocarme como te place.
El dragón arqueó una ceja, confuso, mientras ella
guardaba la daga en la misma bota de la que la había sacado.
—¿Abuelete?
La ladrona liberó al mikino para que este recorriese
la cueva a sus anchas. Encaró a su interlocutor.
—Tus pintas de «joven apuesto» no me engañan.
¿Cuántos años tienes? ¿Veinte siglos?
El dragón gruñó, incapaz de saber si por reacción al
comentario ácido o al estado atónito en el que estaba.
—No soy tan viejo…
Lo miró una última vez y pasó a observar sus
alrededores con un tono próximo a la tristeza.
—Quien lo diría…
Se acercó al montón a pocos metros de sus pies. Sí,
eran monedas de oro… miles de ellas… miles de miles de ellas… Aun así…
—No te preocupes. Los elementales no estamos en la
bancarrota todavía.
El ser legendario se posicionó junto a ella. El
silencio se impuso durante unos segundos.
—¿Entonces?
—Me aburro —contestaría ella sin tapujos, a lo que
él respondería con una risa breve.
—Como todos.
Cogió una moneda del suelo y la lanzó lo más lejos
que pudiese.
—Creía que viniendo aquí encontraría… ese algo… que
hace que te arda la sangre. El reto. La adrenalina… El júbilo de dar al fin con
el tesoro y poner a un dragón en jaque…
Lanzó otra moneda.
—Creía que tendría que darte explicaciones de cómo
llegué aquí… A lo mejor luchar contra ti… pero… Este sitio…Por más reto que
hubiese… No era lo que yo… Me hace sentir como si… aunque, ahora que lo pienso —añadió cortando momentáneamente su
razonamiento—. ¿Cuándo te enteraste de mi… infiltración?
El dragón le susurró las palabras mágicas al oído.
—Las rosas.
Ella no lo entendió a la primera.
—¿Las rosas? ¿Las azules del laberinto?
Así es —confirmó él con cierta alegría—. Tienen un
olor… particular. Uno que los humanos no son capaces de percibir.
La joven sonrió entonces con él. Lo había sabido
desde el principio al abrir ella la puerta trucada.
—Son unas flores caprichosas. No todas tienen aroma.
Solo las… «elegidas»…
—Las que has mandado plantar por el camino correcto.
Dio su aprobación, acción previa a alejarse unos
metros de la joven. Un soplo de aire proviniendo de sus pulmones ardientes y
unos cuantos gestos de sus brazos después hicieron brillar todas las lámparas
de aceite del lugar.
Todo cobró por fin el aspecto de una fortuna desmesurada bañada en aquellos
supuestos colores cálidos mencionados por la ladrona. Esmeraldas, rubíes,
ónices… oro, plata, platino… y estatuas, jarrones, arte en general de
generaciones ya desaparecidas. Ahora sí, la joven ladrona se sentía hechizada
por tantos siglos reunidos en tan poco espacio. Las diferencias que podían
llegar a suponer cambios de perspectiva…
—Sígueme.
La guió hasta una puerta que aislaba una cámara
especial de la cueva inicial. Dentro, protegidas de la humedad y la
contaminación del aire, descansaban columnas de libros perfectamente ordenados.
Unos sillones, un sofá, así como una mesita, amueblaban el espacio sobre una
gruesa alfombra. Le pidió que tomara asiento para así sentarse en el sillón
opuesto.
—Muy bien… ¿Qué será pues? ¿Tal vez alguna
piromancia prohibida? Tengo unos volúmenes muy interesantes que, en tal caso,
te podrían interesar… Dicho esto… deshacerme de ellos…
Ella sonrió.
—Ya te lo he dicho, abuelete. No te preocupes. No he
venido a saquearte.
—Pero sigues siendo una ladrona—comentó haciendo caso
omiso al apodo, según él, despectivo—. Una ladrona no puede ser considerada
como tal si no realiza su oficio como se manda.
La joven se cruzó de piernas.
—«Ladrona» es más corto que pronunciar allanadora o…
¿perpetradora? —Negó con la cabeza—. Lo mío no es entrar en casas de los demás
para quitarles sus pertenencias mientras duermen. Aunque… si lo miramos de otra manera… es posiiible
que me haya quedado con algún que otro… recuerdo.
—Define «recuerdo».
—¿El orbe del fénix?
—¿Sí?
—Lo tiene Mika en su mantita para dormir. Lo usa de
calefactor.
El dragón se puso serio por un momento.
—Es una reliquia de gran valor, no un…
—Una reliquia que estaba acumulando polvo en las
ruinas demacradas del lago Ifros. El tiempo pasa… Las cosas cambian…
El ser se acomodó mejor en el sillón con un atisbo
de pena interior reflejada en sus movimientos.
—El mundo que yo conocí… —Cerró los ojos para
chistar poco después—. Antes
tenía que masacrar para conseguir lo que quería. El trabajo, el sudor de tantos
humanos para crear algo único… arrebatado por estas garras…
Levantó la mano, la cual adoptó su aspecto original
durante un corto espacio de tiempo.
—Defender aquello sobre lo que tanta sangre se ha
derramado…
—Lo echas de menos.
—Creo que echar de menos es quedarse corto. —La miró
con intensidad—. Quien ha probado el sabor de la sangre nunca la olvida. Aun
así… un tratado es un tratado. Ahora vivo en una preciosa cárcel dorada. ¿Qué
más podría pedir aparte de una grata compañía de vez en cuando? Tengo todo lo
que necesito.
—Salvo una ocupación.
El dragón regresó al silencio y la seriedad más
absoluta. Ella se reincorporó. Vaya espectáculo el que estaban montando entre
los dos. Una ladrona repleta de energía, pero sin un objetivo claro… y una
criatura de leyenda con falta de motivación. Como bien lo había dicho el
dragón, ¿qué más se podía pedir?
La joven empezó a recorrer la biblioteca para echar
una ojeada por encima a los volúmenes allí amontonados.
—¿Por qué te hiciste ladrona? Podrías haberte
dedicado a otra cosa.
—¿Como cuál? ¿Trabajar en una fundición como mi
abuela? No… Eso no es para mí. —Se giró hacia el dragón—. Dices que recuerdas
los tiempos de libertad. ¿Qué te hace pensar que yo no? ¿Crees que es divertido
trabajar en una depuradora, en un invernadero, solo por el hecho de ser un
elemental? No fuimos concebidos para ser objetos de la humanidad y… no obstante…
Para evitar ser considerados como amenazas, también
habían abdicado ante aquellos seres tan comunes.
—Creo que… estoy buscando lo que quiero hacer de
verdad. Mostrarme a mí misma de lo que soy capaz. «Ser» una elemental… No
alguien que solo sabe hacer dos o tres trucos baratos de feria.
—En busca de tus raíces…
—¿Tan raro te parece? —Aligeró el tono para no sonar
tan agresiva—. Cuando descubro unas ruinas nuevas, un artefacto que a lo mejor
no funciona, pero que nadie más ha visto en siglos… cuando despierta el poder en
mí…
—Te sientes viva.
—¡Sí! —exclamó ella sin retención alguna antes de rebajar
nuevamente el tono—. ¿Tan raro suena?
—En absoluto. Podría decirse que siento… sentía
—matizó— lo mismo que tú… cuando… digámoslo de buena manera: recuperaba
reliquias. Ahora mi posición me lo impide, pero… ser capaz de conocer tus
propios límites… «Eso» sí que lo comparto. Pero esto ya pertenece al pasado… al
igual que este lugar…
y lo que encierro en él. No puedo salir a «renovar» existencia de todas maneras…
El silencio se reimpuso… hasta que, casi al unísono,
ambos se dirigieron una mirada que sería la predecesora de un acuerdo demasiado
claro para ambos como para ser excesivamente detallado. La sonrisa se
transmitiría de unos labios a otros.
—Quiero tener acceso a tus libros de piromancia.
—Solo si me traes ese orbe de vuelta.
—Una habitación y comida durante mis estancias.
—Irás adonde te diga y cuando te lo diga. Las
reliquias deben serme entregadas en perfecto estado.
—Sesenta por ciento del valor de la reliquia.
—Trenta.
—¡No racanees! Cincuenta. Me juego la vida en cada
misión.
—Esas misiones son paseos para ti. Cuarenta y te
instruiré en el arte del fuego.
Ella se detuvo, sorprendida.
—¿Tú… qué?
—¿Acaso un dragón no puede tener discípulos?
Pausa… Reflexión… Aprobación.
Ella liberó finalmente su cabellera de cuyas puntas
empezaron a brillas las ascuas de la emoción.
—Hecho.
Hoy había y seguiría siendo un buen año. El dragón
estaba contento.
***
Espero que os haya gustado. Podéis comentar lo que queráis y añadir ideas para nuevas historietas. Cuanto más descabelladas y locas, mejor. ¡Feliz semana a todos!