viernes, 24 de noviembre de 2017

Para StarlightSo: De ángeles y gatitos

Para StarlightSo: De ángeles y gatitos


(It's not a vampire story... but I'm pretty sure you will like it ^^ Added a little extra for... you know... your fanservice XD) 





—Tienes que comer un poco más, cariño.

Sin levantar la cabeza, el niño pronunció las mismas palabras vacías que las mañanas anteriores.

—No tengo hambre.

Suspiro. La madre, tras esbozar una sonrisa incapaz de esconder la preocupación que crecía en ella al mirar a su retoño, se acercó a él y le acarició el cabello. Se quedaron en silencio unos segundos… hasta que ella cedió.

Le dio una palmadita en el hombro.

—Ale. A por la mochila.

El pelinegro de ojos azules salió disparado hacia la habitación.

—¡No te olvides de tu proyecto de ciencias!

—¡Vaaale!

Otra sonrisa se dibujó sobre el rostro femenino, mas, aunque sincera, desaparecería más rápido que la primera. Algo no andaba bien. Tal vez tendría que ir a hablar con el tutor de la clase. Para qué engañarse… Estaba casi segura de lo que se trataba. Pero… ¿Qué podía hacer? ¿Acaso no lo protegía ya lo suficiente? ¿Hacerlo de más no agravaría la situación?

—¡Vamos a llegar tarde!

—¡Ya voy!

«Hasta el último minuto…»

Una madre no puede simplemente darle al botón de apagado cuando se trata de su pequeño. Eso sí, si le es posible mejorar, por más pequeña que sea su aportación, la vida de a quién dio a luz, podrá seguir adelante y capear futuros temporales. Por ello y más, se pondría de rodillas ante las rejas del colegio y cogería las manos de su hijo entre las suyas.

—Todo irá bien. Ya lo verás.

El niño no la miró.

—Te quiero. Sé fuerte. Pronto acabará.

Era una mentira piadosa. Daba igual. La intención era lo que contaba.

El pequeño asentiría, sin ganas, paso previo a adentrarse en el oscuro mundo ante él. No era el lugar en sí lo que ennegrecía sus días… sino la gente. Todas aquellas miradas puestas en él de manera furtiva o descarada… y los rumores, susurros allí donde iba, impasibles, incansables, dañinos. El mejor modo de esquivarlos era caminar veloz hacia clase sin detenerse ni levantar la mirada. Ojos que no ven, corazón que no siente. Era la opción fácil… rápida… cobarde.

—¡Mirad quién ha llegado! ¡Alas quemadas!

—Veo que te has cambiado de pantalones. Los otros olían a pis.

—¿Te crees demasiado importante para no contestarnos?

Así empezaban sus mañanas. Dejaba la mochila junto a su pupitre mientras otros chicos lo rodeaban para soltarle los insultos que se habían inventado la noche anterior. Cuernos de minotauro, cola de dragón, garras de lobo… No importaba quiénes fuesen. Solo quería que lo dejasen en paz. De todas maneras… al igual que su madre, ¿qué podía hacer él para evitar estos ataques gratuitos? ¿Por qué a él y no a otro? ¿Qué había hecho mal?

Nada… salvo ser un descendiente de ángel caído. 

Raza maldita, repudiada de todos, aunque, socialmente hablando, con los mismos derechos que los demás, no le quedaba otra que aguantar lo inaguantable para obtener una educación mínima. Tenía que hacerse a la idea de lo que le esperaría el resto de su vida… empezando por una infancia que, a este ritmo, lo transformaría en adulto mucho antes de lo previsto. Así eran las reglas de este universo. Así las tendría que acatar.

—Sentaos todos. Va a empezar la clase.

Sin embargo, lo que no sabía y no sospechaba era que un par de ojos, siempre vigilantes, no soportarían ver este espectáculo por mucho más tiempo. Habría cambios… y ella se encargaría de ello.


***


—¡Dalhia!

—¡Helian!

—¡Virios!

Hora de educación física. Tocaba dividir la clase en cuatro grupos y los elegidos llamaban uno a uno a los candidatos para engrosar sus filas. Nuestro pelinegro, ya acostumbrado al rechazo, esperaría en silencio hasta ser la última opción elegida. No era un mal deportista… pero era así, sin más vuelta de hoja.

—¡Damon!

Las voces infantiles se callaron de repente para observar con descaro a la que se había atrevida a nombrar al maldito. Este, sorprendido, dirigió la mirada hacia aquella que movía sus orejas gatunas con entusiasmo.

Los demás ya pertenecientes al grupo se giraron hacia ella para desfigurarla.

—¡¿Estás loca?! ¡Él no!

—¡Ni siquiera saber volar!

—Los pingüinos tampoco… y mira qué monos son —añadió ella con una amplia sonrisa.

—Maya, si lo eliges a él, yo…

La pequeña sacó las garras.

—¡¿Tú qué?! ¡La líder soy yo! ¡Yo decido!

—¡Vale, vale! —contestó el segundo, asustado—. Tú mandas.

—Bien. —Agitó la cola con nerviosismo antes de volver a dirigirse al ángel frente a ella—. Vamos, pajarito. Eres mío.

Maya… heredera de la genética de los altos felinos de las nieves. Impredecibles y, sobre todo, dispuestos a jugar con sus presas hasta dejarlas sin aliento, literalmente o figuradamente hablando. Damon se quedó quieto un instante. ¿Era algo… bueno? ¿Malo? 

Echó a correr para ponerse a la derecha de su líder.

Ni bueno ni malo. Era un cambio.


***


—¡Juntad pupitres! Hoy toca práctica en pareja.

El chico lagarto sacó la lengua con desgana al tener que juntarse con el maldito. De no haber sido por el maestro a escasos metros de ellos, habría escupido sobre él sin remordimiento.

Se dispuso a soltarle el comentario ácido de turno en voz baja.

—Como te atrevas a tocar mis cosas, alas quemadas, pienso… ¡AY! ¡¿Qué haces?!

—¡Largo de aquí! ¡Él es mi pareja! ¡Búscate a otra!

Con mala cara, el chico lagarto se apartó frotando su cuello donde había impactado la colleja para así dejarle sitio a la gatita. Las miradas de los demás alumnos, como siempre, se habían centrado en este dúo un tanto peculiar.

—¡¿Qué miráis?! ¡Él es mío! ¡Mi pájaro! ¡Mi comida!

—¡Es un ángel caído, no un pájaro, tonta!

—¡Y tú un pekinés con lacitos! —le respondió de mala manera al chico lobo para que cerrase la boca de una vez por todas, lo que le permitiría anunciar lo que vendría a continuación más alto y fuerte que las exclamaciones anteriores—. ¡¡Si alguien, el que sea, tiene problemas con mi comida o conmigo, juro que lo…!!

—Sí, sí, Maya… —afirmó el maestro como el que trabaja un viernes y espera la hora de salida para irse de juerga con los colegas—. Lo hemos comprendido. Ahora siéntate.

Victoriosa, sin dejar de estar algo mosqueada por la interrupción, empezó a canturrear para ella misma. Giró la cabeza para transmitir esta alegría a su compañero.

Él, por primera vez en mucho tiempo, levantó una de las comisuras de su boca.

¿Era un cambio? Sí, definitivamente… y dudaba que para mal.


***


Se sentó sobre el primer escalón y dejó que las lágrimas resbalasen por sus mejillas. Un ángel no llora… pero… ¿uno caído?

Frotó sus ojos con las mangas, mas no sirvió de mucho. Sintió que ya no podía más. El mundo era demasiado injusto con él.

Juntó los puños y abrió sus manos diminutas. En ellas descansaban ahora algunas de las pocas plumas que quedaban en sus alas ya tan lastimadas por el paso de las generaciones. Pequeñas… plateadas… No era que no fuesen a salir de nuevo donde se las habían arrancado, pero… el dolor… la pena… todos esos… asquerosos…

Envidiosos de la nueva amistad que había brotado entre la gatita y el ángel, tres fueron los que, en los servicios del colegio, decidieron desplumar a aquel que no tenía fuerza en los brazos para repelerlos. Sí… volverían a crecer… y saldrían más hermosas que las anteriores… pero…

Una bolsa de plástico aterrizó junto a los pies del niño. En ella habían sido reunidos un buen puñado de escamas de dragón, plumas de fénix y pelos que olían a perro mojado.

—No te molestarán más.

Las lágrimas no dejaron de brotar. Estaba al límite.

—¡No lo entiendes! —gritaría a la felina sin intención de hacerle daño—. Si no soy capaz de defenderme por mí mismo, ¿de qué sirve todo esto? ¡Volverán! Ellos u otros…

—¡Y yo estaré allí para darles una paliza! —contestó ella para no dejarle seguir, aunque, visto lo visto, decidió bajar el tono y sentarse junto al que ocupaba su mente a todas horas—. Es cierto. Ahora, hoy, no puedes con ellos. Pero hoy no es mañana. ¡Los ángeles son fuertes! ¡Inteligentes! Más que nosotros…

Esperó unos segundos para proseguir, cabizbaja.

—Yo… sé que serás un gran ángel en el futuro. ¡Lo sé! ¡Lo huelo! Tienes potencial. —Pausó—. Yo… tú… Me das envidia… porque soy lo que soy…y nunca seré algo más. No como vosotros… Por eso no hice nada… al principio.

—Eso no es cierto.

Le pegó un golpe suave en las costillas.

—¡Claro que lo es! —Lo estudió con detenimiento—. Quiero que seas más fuerte. Más listo. ¡Más todo! Y les des tú una paliza a todos ellos cuando yo ya no pueda. Quitarle las escamas a un dragón es fácil ahora… pero dentro de veinte años… cuando mida veinte metros…

—No son tan altos.

La gatita se rió. Estos momentos eran absurdos… pero con encanto. Por ello y más le encantaba su ángel.

Antes de que la viese ruborizarse, acercó su rostro al de él y empezó a lamer las pequeñas gotas cristalinas repartidas por la cara del ángel. Él, impactado de primeras, acabó por dejarse lavar lentamente hasta que ella, satisfecha, se alejaría con un ronroneo muy ligero.

Se levantó y lo cogió de la mano haciendo caer las plumas olvidadas al suelo. Era ya cosa del pasado.

—Vamos, pajarito.

—¿Adónde?

—No lo sé… o espera. ¡Sí sé! ¡A por un crepe! ¡Él último en llegar paga! ¡Y no me digas que no sabes volar! Tienes piernas. ¡Corre!


¿Un cambio malo? No. Un cambio maravilloso.




Veinte años después…




—¡Maya, espabila! ¡Ya vamos con retraso!

La mujer gato aceleró el ritmo para tenerlo todo listo. Vestida, peinada, bolso preparado… Hoy era el día en que nombrarían a Damon uno de los guardianes del Séptimo portal… y ella se había quedado dormida junto a la chimenea.

—¡Perdóname «Oh gran ser celestial»! ¡No soy tan puntual como tú!

El ángel levantó una ceja y cruzó los brazos.

—¿Esta es tu defensa?

Sin pensárselo más, la felina pegó un pequeño salto para dar un beso fugaz a su enamorado. Él, incapaz de decirle que no, asentiría con la cabeza como quien da por aceptada una respuesta. Relajó la anatomía musculosa.

—Vale… Si tomo la cuarenta y dos, subo a los árboles del desvío y me meto por el sendero del lago, puedo hacerlo.

—Oh no.

La cogió en brazos.

—¡Damon, no! ¡Ya lo hemos hablado! Los gatos no…

—No pueden volar. Sí, ya lo sé. Peeero… puede ser llevados volando.

El joven estiró las alas, medio sintéticas, medio naturales. Lo que no puede hacer la tecnología…Tomó impulso y…

—¡El último en llegar paga el crepe!


martes, 21 de noviembre de 2017

Para Nocturna: La mecánica de la música

Para Nocturna: La mecánica de la música



Lo encuentran escondido entre bastidores. Está rezando. ¿Por qué motivo? Nadie está del todo seguro. Suerte… fama… poder seguir adelante otro día… Sea lo que sea, lo realiza en silencio, ojos cerrados, rodillas sobre un suelo polvoriento… ajeno al mundo que le espera allí fuera.

Se reincorpora cual autómata encargado de cumplir una función. Los primeros bullicios llegan a sus oídos. Está nervioso… mas esta vez es diferente a las demás.

Reajusta su chaqueta mientras se dirige hacia sus compañeros. Uno de ellos aprovecha la ocasión para pegar una última calada a su cigarrillo. El «sastre» reajusta y repara la piel del vocalista. Mira la espalda llena de cicatrices del cantante. No puede evitar suspirar mentalmente. No deja de ser el más joven del grupo. Roto… y vuelto a pegar… como todos ellos.

Los minutos avanzan, el líder recubre con otra capa de maquillaje la porcelana quebrada de su cara. ¿Cuántos años han pasado ya? ¿Cinco? ¿Siete? ¿Diez? Quién lo hubiese dicho… pero nadie debe saberlo. Es un secreto… un secreto que no deja de ser a voces. Han envejecido… y el tiempo no ha jugado a su favor.

Aparta la cortina para verlas. Allí están, todas ellas, pendientes de un regreso tan esperado. Una mueca se dibuja en su cara. Le duele la pierna izquierda. Tendrá que aguantarse.

Les informan de que ha llegado la hora de tomar posiciones. Como pequeñas hormigas obreras, corren de un lado a otro para la última comprobación de luces, efectos especiales o que los micros estén bien atados a sus cinturas. Falta poco. El nerviosismo aumenta.

Tira del cuello de su camisa para mirar el cardiometro hundido en su pectoral. El medidor, de un rojo intenso, está por debajo de la mitad. Ha llegado el momento de rellenarlo. ¿Con qué? Con las sonrisas de sus espectadoras, el soporte incondicional de sus fans… el amor hacia ellos. Para ello fueron diseñados… Para ello fueron programados.

Conciertos, giras, sesiones de fotos, entrevistas en la radio… Tenían y tendrán que seguir adelante, con más fuerza… con más originalidad… incluso si esto equivale a que sus cuerpo se quiebren. En sus vocabularios no puede existir la palabra obsoleto… ni medidor a cero… ni el olvido. Por eso los reparan… por eso reza… por eso lucha.

No es solo música. Es una guerra por la supervivencia.