domingo, 29 de julio de 2018

Para Karupin: El mar en una botella

Para Karupin: El mar en una botella


Ajeno al ajetreo de la ciudad, el canto del vaivén de las olas empezó a hacerse paso por las filas del auditorio. Ella apareció poco después, iluminada por un foco blanco que haría brillar con mil estrellas las botellas de diferentes tamaños repartidas por el escenario. Un decorado especial en un lugar inusual… 

Esperó un minuto y, con la mejor de sus sonrisas, se dirigió por primera vez a un público intrigado. 

—Soy Mónica… y me encanta el mar. 

Una ronda de aplausos le dio la bienvenida. La oradora aprovechó el momento para iniciar una serie de diapositivas que sería proyectada a sus espaldas en una pantalla que, hasta el último instante, había permanecido congelada. La imagen de una orilla de arena fina bajo un sol de mediodía quedaría expuesta para todos los allí presentes con el título de la conferencia. Sin embargo, ella no le daría mucha más importancia y seguiría adelante con su presentación. 

—Ir a la playa, disfrutar de la brisa del mar, de las conchas escondidas que uno acaba buscando como un arqueólogo… o por puro aburrimiento mientras espera a que los niños salgan del agua… Las quemaduras…—Osciló la cabeza de un lado a otro mientras pensaba en otros ejemplos—. Los y las turistas… La cervecita con los colegas… El maldito balón de voleibol… 

Un par de risas acordes con este inicio de monólogo se hicieron escuchar. Mónica ensanchó la sonrisa. 

—En fin… Sea por el motivo que sea, el mar, o estar cerca de él, ha sido siempre lo que ha marcado, y seguirá marcando, mi existencia. Mi mascota ideal es el cachalote… 

Otras risas. Un nuevo silencio. La seriedad se impuso. 

—Pero me temo que no estamos aquí para hablar de viajes en crucero, ¿me equivoco? Si no para saber por qué alguien como yo, tan delicada como una muñeca de porcelana, arriesga su vida cuando quiere darle un capricho a estos ojos que no se cansan de ver el gran azul… —Bajó la voz para que su explicación pareciese un susurro—. Para los que no lo sepáis o no os hayan chivado ya de qué va todo esto, os daré una pequeña pista… 

Se acercó más al público y se puso de cuclillas. 

—Tengo osteogénesis imperfecta. Es… lo mismo que alguien que tiene caspa o acné. Una cosita sin importancia. 

Se enderezó para poder cambiar de diapositiva. En esta ocasión, sin tanto color con el que impresionar a los observadores, expuso la peculiaridad de su condición física. 

—Debajo de este cuerpo que enamora corazones existen huesos más frágiles que el cristal. Un paso en falso, una respiración demasiado profunda o un movimiento brusco pueden serme fatales. Creo que incluso me quedaría corta diciendo que me habré roto un total de… doscientas veces alguna que otra parte del esqueleto… Vamos, lo suficiente para recrear un mosaico entero con mi anatomía. Aun así… —Agachó un brazo para recoger del suelo uno de los envases de vidrio a su alcance. — Eso no me ha detenido. 

Con un movimiento controlado, apartó el mechón rebelde que había decidido escaparse por su frente. Dejada atrás la introducción, era hora de embarcarse por el gran viaje de sus experiencias y anécdotas. 

—Cuando era más pequeña… no me atrevía a salir de casa. No iba a los cumpleaños. No hacía fiestas de pijamas por miedo a que me cayese o que alguien me golpease sin querer. Para la edad que tenía, ya sabía demasiado bien lo que era tener miedo. Un miedo… a estar anclada a una cama, una silla de ruedas durante una temporada indefinida. Era… igual que estar pendiente de la lluvia cuando aún no han llegado los nubarrones. 

Agitó ligeramente el recipiente entre sus manos mientras una nueva foto reemplazaba la breve definición predecesora. En este caso, una habitación, repleta de decoraciones marinas, ilustraría la continuación del relato en cuestión. 

—El miedo llegó a adentrarse tanto en mí que dejé incluso de salir de mi habitación. Ni los esfuerzos de mis padres, muy protectores y cariñosos, ni las insistencias de mi hermano mayor, habían conseguido que lo que sentía en mi interior se desvaneciese. Lo que dirían los demás… El cómo reaccionarían mis pocos amigos al enterarse de que mi crecimiento iba a detenerse… Me sentía encerrada, atrapada en una cárcel de cristal como un pez en una pecera. 

Con ello, Mónica realzó con la mano libre la clara diferencia de tamaño entre un adulto normal y su reducida estatura. Negó con la cabeza para que el ambiente no decayese. En su rostro, más juvenil que el de la media, se reflejaba la madurez de mente. Sabía de qué hablaba y cómo lo hacía. 

Señaló el fondo de la fotografía. 

—Esta era mi habitación y, si os fijáis bien, podréis distinguir que, contra la pared, mis padres instalaron un acuario precioso. Irónico, ¿no os parece? Aunque, dicho rápido y mal, dado que no era recomendable tener una mascota estilo perro, o gato, rondando por nuestro apartamento… ¿Qué mejor que pececitos de colores? —Se quedó pensativa unos segundos—. A lo mejor mi amor por el mar viene de allí… 

Recolocó por segunda vez el mechón rebelde detrás de su oído derecho. 

—Me encantaba verlos nadar. Me subía, con mucho cuidado, a una silla y les daba de comer. Era reconfortante, así como divertido, pintarlos, llenar mis paredes de imitaciones que aún guardo en un álbum de recuerdos. Me hacían sentir útil, creativa hasta el punto de querer convertirme en artista. Eso o entrenadora de delfines. Lo de ser princesa no era lo mío. 

Ni el sueño de otras muchas personas allí sentadas por lo que pudo comprobar al ser consciente del grado de aceptación de su último planteamiento. Eso la animó a seguir con más energía, dispuesta a revelar las curiosidades de un día a día que, para muchos, seguían siendo un tema tabú. Sentía que podía hacerlo. 

—No obstante, el miedo seguía interponiéndose entre mis aspiraciones y yo. Estaba claro qué conllevaría ser entrenadora de delfines, los riesgos que tendría que asumir. Por otro lado, ser artista, salir a la calle para mostrar mis obras por más que, hoy en día, todo pueda hacerse mediante Internet… Cuanto más dibujaba y más me informaba acerca de las criaturas que poblaban el maravilloso mundo de los océanos… más triste me ponía. Salir de mi burbuja… Era imposible. 

La oradora decidió calmarse un poco antes de proseguir. Quería que su mensaje fuera positivo, por lo que tenía que mantenerse serena. Nada de lágrimas. Solo sonrisas. El pasado era el pasado. 

—Fue cuando mi madre tomó una decisión —afirmó entonces con orgullo—. De la noche a la mañana, y sin yo estar enterada de sus planes malévolos, decidió ir dejando, con intervalos regulares, botellas parecidas a esta delante de la puerta de mi cuarto. 

Levantó el objeto para que todos, los del fondo de la sala inclusive, pudiesen contemplar aquello que respaldaría su explicación. 

—No capté la idea a la primera. ¿Era… algún tipo de broma? ¿Alguna excusa barata para que saliese a tirar dicha botella al contenedor verde que estaba a la vuelta de la esquina? Y ese olor tan peculiar… Olor a… mar… —Se movió hasta quedarse de perfil para señalar el resto de la tarima donde se encontraba—. Os invito a que subáis aquí y lo experimentéis por vosotros mismos. Coged la botella que queráis. Estáis en vuestra casa. Ahora bien, por favor… No os las bebáis. Los de urgencias ya me han echado la bronca. 

Tuvo que detenerse para respirar con tranquilidad y no dejarse llevar por la euforia. Por más que disfrutase con el deleite de los que la escuchaban, no tenía que perder el hilo de su presentación. Prefirió para ello recordar aquella tarde de verdades, cuando, a su lado, tumbadas cara a cara sobre aquella cama, su madre le reveló el gran secreto de sus acciones. 

—Me dijo… que yo era para ella la viva representación del mar. Era el rasgo tumultuoso de los remolinos acuosos de los atardeceres de tormenta… la calma, la belleza del agua que refleja las tonalidades del amanecer. Imaginativa, con más ideas que las pompas que componen la espuma que decora las olas al igual que el encaje en una prenda… Me dijo que viajar por el mar era un camino peligroso, lleno de misterios… algunos más agradables que otros… pero que también era una manera de llegar a nuevos horizontes… y vivir la experiencia… en vez de soñarla. 

Cerró los ojos para rememorar las caricias de su progenitora sobre sus mejillas. Nunca olvidaría la sensación de aquellos dedos peinando su cabello. 

Enfocó al público pendiente de sus frases. 

—Me aseguró que seguiría dejando una botella tras otra hasta que decidiese subirme a su coche para ir juntas a la playa, fuera de noche o de madrugada. Estaba cansada de verme exiliada del mundo real… verme ser el mar en una botella. No era mi lugar, independientemente del cristal del que estuviese compuesta. Tenía que luchar. Tenía que seguir adelante… 

Se quedó callada un segundo. 

—Y lo acabé haciendo. 

La imagen de una niña vestida de arriba abajo de manera similar a la de un alpinista en una playa solitaria, abierta de brazos y piernas sobre la arena, cambió no solo la iluminación del espacio compartido, sino, a la par, la expresión de muchos rostros repartidos por diferentes asientos. 

—¿Os sabéis la leyenda de la chica estrella de mar? Pues… era yo. 

La poca seriedad de la fotografía no impidió que la conferenciante se riese. Era un recuerdo feliz. 

—Hacía un frío de narices. Mirad si me acuerdo. Ni se nos habría ocurrido mojarnos los pies. Es lo que suele pasar con los que vivimos, solíamos vivir, en un pueblo o ciudad costera. No hay quien nos meta en el agua en invierno. Eso se lo dejamos a los más intrépidos. 

Unas cuantas diapositivas se encadenaron a continuación. 

—A partir de aquella tarde dejé de esconderme. No de golpe, queda claro. El cambio fue lento, pero satisfactorio. Recuperé mis amistades, me concentré en los estudios… Me especialicé en biología marina, como era de prever… Todo relacionado con el mar… 

Una tras otra iban apareciendo secuencias del recorrido de aquella aventurera un tanto especial. Ya no tenía miedo a enseñarlas. Justo lo contrario. 

—Mi fiesta cuando cumplí los quince… Mi primer beso… En fin… Porque no me está permitido, que, si pudiese, construiría mi futura casa en aquella cala de la que estoy más que embobada. Todo cerca o sobre el mar… 

Apagó el proyector y dejó la botella delante de sus piernas. 

—Sé… que la vida es dura, para algunos más que para otros. Vivimos en una era en la que nuestro ritmo alcanza, en ciertas ocasiones, picos frenéticos. Estamos constantemente bajo tensión. Tenemos que hacer frente a un montón de contrariedades o dificultades añadidas. Las burlas… El racismo… La discriminación de género o, peor aún, ser víctimas de algún tipo de acoso, guerra, injusticia… Lo que sea que provoque que, una parte de nosotros, no quiera seguir adelante. —La coleta de pelo oscuro se agitó al dar una nueva negativa—. No os deis por vencidos. Seguid luchando. Vale la pena. Os lo aseguro. 

Pegó una pequeña patada al envase ante ella. Este rodó hacia un lateral hasta detenerse junto a otro. 

—¿Lo veis? Puede que esté hecho de cristal o vidrio, mas no se ha roto. Vosotros… sois más resistentes que mis huesos. Caeros. Podéis asumir el riesgo. Si hasta yo lo he conseguido… Eso sí… —Se puso a caminar hacia el extremo izquierdo—. También podéis creerme cuando os digo que… 

Recolocó el recipiente tirado en una posición vertical. 

—Siempre habrá alguien para ayudaros a poneros de pie… aunque es posible que, para ello, tengáis que tragaros un poco ese amor propio que, admitámoslo, nos corroe por dentro. No hay que tener miedo a pedir ayuda. No tengáis miedo a vivir. 

Estiró la espalda y mostró la mujer segura que era. 

—Todos somos el mar, de un modo u otro. No vayáis donde no podáis ser libres. No os encerréis en una cárcel de la que no podáis salir.