Para Kilimanjaro: Ancient Circus
(Me pediste una historia de elementales. Aquí la tienes con un toque más modernillo del que seguramente esperabas.)
Marte jugueteó con un par de orbes ígneos en una mano al igual que con esferas chinas antiestrés antes de levantarse y frotar enérgicamente la parte trasera de sus pantalones vaqueros. La hora se acercaba y, por más que hubiese repetido las mismas acciones una y otra vez, seguía sintiendo aquella tensión previa característica de su aparición en la pista.
—Irá todo bien… como siempre —le aseguró Boreal, el maestro de ceremonias reajustándose la corbata del traje. —Es una función como cualquier otra.
El joven respiró hondo. Su mente estaba intranquila, más con el sonido de fondo de mil y una risas, así como de personas hablando a la espera de que empezase el espectáculo.
—¿Y si nos acaban pillando?
Boreal arqueó una ceja.
—¿Pillando? —Una sonrisa maliciosa apareció en sus labios—. Que lo intenten. Sabes de sobra que somos más que capaces de defendernos… ¿o acaso lo dudas?
La confusión seguía presente en la cabeza del más novato del grupo.
—Pero… ¿Y si sospecharan? ¿Y si supieran que el truco no es en realidad… un truco?
El maestro de ceremonia se acercó para susurrarle algo al oído.
—Entonces se acabaría la magia, ¿no?
Se enderezó.
—Nadie quiere que se acabe la magia. Si no, la vida sería muy aburrida. —Le dio una palmada en el hombro—. Hagamos bien nuestro trabajo y todo saldrá bien… ¡y eso vale para ti, Céfiro! ¡Deja de arrancar el musgo del suelo con los dedos y ve a cambiarte! ¡Tienes diez minutos!
Un rostro cadavérico miró desde las sombras al maestro sin mover ni un músculo. De cuclillas en una esquina, se limitaba a frotar el suelo, lentamente, como si su entera existencia se limitase al estudio de las partículas del polvo. Por otro lado, su hermano, Argestes, acudió velozmente para levantarle como pudiese.
—¡Estaremos listos!
El maestro asintió. La ley de protección de animales prohibía o, al menos, fomentaba la desaparición de los seres vivos no humanos en las pistas o números programados. Por más que supiese que Céfiro era excesivamente cariñoso con sus aves de diferentes procedencias, era imposible dejar que entrase en escena con ellas de ahora en adelante. Se tendría que hacer a la idea por las malas.
—Bien. —Se dio la vuelta—. ¿Dónde está Sibila?
—¡Aquí!
—Informe.
—Todas las butacas están vendidas. Las de las diez también. Sigue aumentando el número de personas que reservan por internet. Adamantina se queja de que dejamos entrar demasiadas personas a la vez en su carpa. Eso estresa a sus serpientes. Por último, corren rumores de que la hija del primer ministro está entre el público. ¿Qué hacemos?
El hombre se estiró y enganchó el micrófono a su oído izquierdo.
—Lo que mejor se nos da. Improvisar.
Trompetas y música resonaron con fuerza mientras unas luces multicolores poblaron la arena. Era la hora… la hora de la verdad.
—¡Señoras y señores, con todos ustedes, Boreal!
Silencio. La nada. Una espera incómoda. El presentador se repitió con voz un tanto molesta y avergonzada.
—¡Señoras y señores, el gran Boreal!
Silencio nuevamente. Espera. Intriga. ¿Había ocurrido algo? ¿Era una espera programada? ¿Por qué no ocurría nada? En vez de ello, tanto música como luces empezaron a desvanecerse poco a poco, dejando al público casi en la penumbra. Con una incomodidad completamente palpable, los allí presentes empezaron a cuchichear entre ellos. ¿Estaban seguros en ese lugar cerrado? Con tanto atentado últimamente…
Una luz verdosa empezó a hacer su aparición en el centro de la pista. Más silencio. Más tensión.
Lentamente, unos rasgos mejor dibujados se definieron… unos colores más intensos se expusieron… Un frescor suave empezó a enfriar a los espectadores. Era como… irónicamente hablando, estar allá… a lo lejos… en aquellas tierras tan al norte… contemplando los esplendores de una verdadera aurora boreal.
Una voz se hizo paso a través de la ilusión.
—La magia nos rodea. Hace parte de nosotros. Vivimos, soñamos, amamos con ella. Hoy, aquí, esta noche, os invitamos a todos a verle la cara… para que no olvidéis que, mientras sigáis creyendo en ella… ella nunca os defraudará.
Boreal salió tranquilamente de aquella gigante llamarada esmeralda.
—Bienvenidos… a Ancient Circus.
Los aplausos se sumaron y redoblaron. Unos silbidos, más al fondo, mostraron el entusiasmo y la euforia de los más excitables. Numerosos eran los teléfonos que podían ser vistos grabando la función. No les importaba. Al menos así, tras una máscara, podían ser lo que de verdad eran sin esconderse. Mostrar sus talentos… sus esencias… y nadie los dañaría.
—La magia… como estaba diciendo… hace parte de nosotros —repitió el maestro de ceremonias—. Sin embargo, ¿qué es la magia exactamente? ¿De qué está compuesta? ¿Cómo la podemos materializar? —Hizo una breve pausa—. Emprendí un largo viaje en busca de respuestas… ¿y sabéis lo que encontré?
Estiró la mano de la cual salió el fantasma de una rosa azulada que se desvaneció al poco tiempo. Sonrió.
Os lo mostraré. ¡Así que… sin más preámbulos, os invito a mirar al cielo y dar la bienvenida a los Ícaros!
Dos seres celestiales se manifestaron entonces acariciados por una tenue luz blanca… mas no era cómo dicha luz hacía brillar la purpurina de sus maquillajes lo que llamaba la atención, sino las angelicales alas que salían de sus espaldas para realizar una entrada por todo lo alto. Céfiro y Argestes, Argestes y Céfiro… los hijos del viento.
No… Ancient Circus no era un circo como los demás. Sus trapecistas no eran verdaderos trapecistas ni sus escapistas verdaderos escapistas. Eran sin más… ellos mismos… elementales… disfrutando de la exhibición de sus dones naturales. Fuego, viento, agua, tierra… allí reunidos… en familia… para el goce visual de los más pequeños. Allí podían ser ellos mismos sin llevar trajes ni corbatas, sin tener que adaptarse a horarios de camareras o a las obligaciones de un bombero. Era cierto que, posiblemente, malgastaran sus poderes en el negocio del entretenimiento… pero la humanidad no estaba preparada para sus existencias tan poco comunes. Lejos de laboratorios, lejos de interrogatorios y normativas… libres de viajar.
Permitían así pues que terceros observasen los dragones de fuego de Tiamat, el tragafuegos, el equilibrismo imposible de Gaia sobre estructuras de tierra y piedra que ella misma recreaba en sus momentos libres… los malabarismos llenos de chispas de Marte, su joven promesa… Payasos, volatineros, acróbatas… sin olvidar el castillo de hielo de Freya o la jungla de serpientes de Adamantina en carpas exteriores. Todos ellos bajo un mismo techo… para una noche mágica… en un lugar mágico.