domingo, 31 de diciembre de 2017

Para Las Hermanas Magus: La ladrona y el dragón - Parte 1

Para Las Hermanas Magus: La ladrona y el dragón


(Iba a escribir esta historia en una sola entrada, pero me pareció demasiado larga para el concepto de relato corto que tengo en mente. Además, como va dirigido a dos maravillosas hermanas, he considerado que no sería mala idea partirlo por la mitad. Así de mala soy. XD)



(Dragón sacado del Pathfinder)


PARTE 1


Al fin había llegado el gran día. Farolillos decoraban las calles mientras los cantos, las risas de los niños, resonaban por doquier. La hoguera, símbolo del festival de la cosecha, ardía en el centro de la plaza aportando calor y jolgorio a quienes se habían reunido para compartir unos momentos mágicos. El olor de la comida, las carnes a la brasa, la cerveza recién extraída de sus barriles o las manzanas acarameladas recordaban lo ya establecido: había y seguiría siendo un buen año. El dragón estaba contento.

Sin embargo, a unas cuantas millas del festejo, en una mansión rodeada de jardines exuberantes entre cuyas paredes se estaba llevando a cabo otra fiesta reservada a los altos cargos y a la nobleza, dicho dragón se aburría como el castor harto de roer madera, acostado junto a un río para ver las truchas pasar.

Bostezó.

«Cada año igual…»

Y así era… o al menos así lo había sido desde el tratado de paz entre dragones y hombres. Estas primeras, bestias místicas de fuego y sabiduría ancestrales, habían llegado a una conclusión tras ver a los suyos menguar a manos de los que se reproducían más rápido que las cucarachas: dejar sus diferencias a un lado y unirse para un posible futuro sin sangre inútilmente derramada. A cambio de un diezmo de las ganancias de la zona y de tierras para uso personal, protegerían los territorios asignados sobre los cuales podrían volar libremente a salvo de flechas de hierro o pernos de acero. Wyverns, quimeras o gigantes no se atreverían a traspasar las fronteras invisibles establecidas por miedo a ser transformados en montones de huesos y ceniza. 

La paz, la prosperidad, habían al fin encontrado su verdadero significado.

Eso sí, con los años, y años posteriores a esos años, muchos fueron los territorios cuya gente fue olvidando los nombres originales de sus naciones para rebautizarlas con el nombre del dragón protector en cuestión. Ricks, tierras del este, comarca del dragón de rayo… Mercuria, protectora del litoral del oeste, región donde se encontraba hasta la fecha la ciudad portuaria más grande jamás conocida… o, por ejemplo, Kirim, dragón de fuego, dueño de las joyas bajo la superficie, cancerbero de las tierras fértiles meridionales… y anfitrión de una fiesta que estaba obligado a repetir en las mismas fechas para la satisfacción de sus protegidos que seguía teniéndole muerto de aburrimiento.

Volvió a bostezar. Las horas no parecían avanzar. No, no siempre había sido así y sí, había llegado a disfrutar de estas celebraciones, unos años más escandalosas y depravadas que otros. Los humanos, eso tenía que admitirlo, eran… divertidos. Podían ser utilizados, manipulados, si se movían los hilos adecuados… pero también podían ser de grata compañía, aunque, otra vez, de eso había mucho. Si bien Kirim en persona había creado este festival y, por pura curiosidad, había optado por una apariencia humana para una mayor comunicación con la especie inferior, estaba ahora cansado de tanta repetición. Algo en él añoraba el cielo sin condiciones… la verdadera libertad… la excitación del combate. Todo era bueno…salvo esto. Y, no obstante, seguía allí, sentado, aburrido, manteniendo las apariencias. ¿Cuánto había pasado ya? ¿Cuántos cuerpos o formas había adoptado? ¿Cuántas generaciones de humanos más tendría que soportar antes de…? ¿De qué?

Se levantó para mirar por la ventana, ajeno a la música y el tintineo de las copas chocando las unas contras las otras. Observó el pabellón al otro lado del sendero de gravilla. Vacío.

Suspiró.

Aquella construcción ahora abandonada había sido un intento de lidiar con el aburrimiento que lo corroía por dentro. ¿En qué consistía? En un pasillo rodeado de columnas y unas puertas… directas al gran tesoro. Sí… el tesoro… el famoso tesoro, razón de vivir de todo dragón que se conociese. Fortunas, montañas de oro, piedras preciosas, antigüedades más valiosas que páramos enteros… Todo ello y más al alcance de cualquiera… o tal vez no.

—Mi señor, va a dar inicio el baile.

Los ojos rojo sangre enfocaron al sirviente sin maldad. El dragón asintió levemente con la cabeza antes de dar una respuesta verbal y regresar a su estudio del exterior de la mansión.

—Ahora voy. Gracias.

Una reverencia… previa a unos pasos que comenzarían a alejarse para mezclarse con los de la multitud.

Recordó el día de la inauguración del pabellón. Había permitido a los interesados acceder a esta parte de sus instalaciones con un objetivo muy concreto: anunciar al mundo entero lo siguiente.

—Detrás de estas puertas descansa mi tesoro en su totalidad. Invito, a quien lo desee, intentar venir a cogerlo. Juro, aquí y ahora, que no detendré «personalmente» a quien se atreva a probar suerte. Permitiré que, una vez alcanzada la cámara escondida, pueda llevarse tanto cuanto sus manos puedan llevar o su espalda cargar. Buena suerte.

Y suerte serían lo que necesitarían… además de muchas más aptitudes… aparte de lo de ser capaces de mover aquellas gigantescas puertas de piedra, tarea maquiavélica para un solo humano. Recordó en ese momento haberse reído… un acto que escasearía con el tiempo.

Muchos fueron los que lo intentaron. Algunos llegaron incluso, con el trabajo en equipo y explosivos, hacer saltar una pared lateral del edificio para acceder al interior de tal construcción. Regresaron… aunque con manos vacías y lágrimas resbalando por sus rostros. Las puertas no eran más que el primer paso a superar, la punta del iceberg perceptible desde una embarcación. El gigantesco laberinto de sus profundidades, así como sus trampas y misterios ocultos, eran el verdadero reto… un reto que nadie había superado hasta la fecha.

Se dio la vuelta para dirigirse al salón de bailes. Después de todo, le gustase o no, seguía siendo el anfitrión. 

Sí… muchos fueron los que lo intentaron, pero de eso había ya tanto que incluso los arquitectos que había contratado Kirim, al igual que los obreros, habían desaparecido dejando tras ellos a los nietos de sus nietos. Ya nadie sentía la curiosidad de lo que escondía tras tal juego macabro o acudía a este lugar por necesidad. Además… no era solo el pabellón, sino tener que encontrar una manera de acceder a la mansión sin ser vistos. Saltar la verja de entrada o uno de los muros… Hasta parecía haberse convertido más en una prueba de valor para los más pequeños que un objetivo para los mayores. Todo ellos sin olvidar que… ¿Quién querría robarle a un dragón?

Un olor muy sutil se hizo de pronto percibir. Demasiado ligero para un olfato humano, sería captado por uno más reptiliano. Unos labios que hasta entonces habían permanecido neutros sonrieron.

Alguien había entrado.


***



¡¡¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!!!


martes, 12 de diciembre de 2017

Para Purplebeauty: Leyendas del cristal

Para Purplebeauty: Leyendas del cristal


(Este relato, aunque proveniente de un encargo, me parece muy filosófico. Dado el panorama del mundo hoy en día... En fin. Invito a todo el mundo a debatir, dar sus ideas al respecto, así como finales alternativos. Siempre es interesante escuchar la voz de otros.)




Era la hora de salir de sus escondites. Tenían que darse prisa pues el tiempo apremiaba… pero nadie, salvo ellos, ellas, lo sabían.

Con sus diminutas manos, empezaron a buscar entre los escombros. Apartaron piedras, quitaron cascos, retiraron banderas… La nacionalidad, el color de las pieles… Todo ello importaba muy poco… así como la sangre allí esparcida, la mayoría ya tragada por la tierra o mezclada con el polvo. 

Encontraron lo que necesitaban… aunque esto no evitó que algunos de ellos intercambiasen miradas de preocupación.

—No será suficiente.

Unos pocos agacharon la cabeza, perdidos en pensamientos oscuros. No era suficiente… ni eran los suficientes. No daban abasto ni lo darían. La situación no podía seguir así.

Se detuvieron. Suspiraron. Gritaron por dentro. 

Uno de ellos, más atrevido, levantó para la vista de todos su hallazgo. Pequeña… La llama entre sus dedos era demasiado pequeña.

Apretó la mano para encerrarla con cariño. La volvió a abrir al rato. Sobre su palma descansaba ahora un cristal de color arena. Brillante, cálido… minúsculo…

—¿Qué nos está pasando?

Como una sola mente, todos comenzaron a recordar las historias, las leyendas sobre el gran cristal… el cristal primigenio… el inicio de todo. Decir que el mundo fuese más sencillo por aquel entonces habría sido una enorme tontería dado que no existía mundo en sí por el que vagar. Todo llegaría más adelante… mucho más adelante… con la aparición de los titanes.

Nadie sabe a ciencia cierta de dónde llegaron o cómo entraron en contacto con el cristal. Por ello se llaman leyendas. Eso sí, lo que sí que se sabía era que, gracias a ellos, surgió la mismísima existencia. A lo mejor no tal cual la conocemos hoy en día… pero iniciaron el proceso. ¿Cómo? A base de mordiscos, dientes gigantes lo bastante afilados para atravesar la materia más dura y hacer añicos aquella fuente de energía aún por aprovechar. De su alimentación, de las migajas esparcidas aquí y allá, brotaría el ciclo de la vida. De ello nacería la humanidad.

Sin embargo, como todo ciclo, toda cadena alimenticia, aquello que surge de un ser, por pequeño que sea, al ser ha de regresar… de una manera u otra. Los titanes habían dado la vida… pero de la vida se tenían que seguir alimentando para crear más, dar lugar a más. Allí aparecerían ellos. Su inicio. El inicio de los recolectores. Aquellos encargados de sintetizar el polvo de cristal de aquellos cuya mente ya se había distanciado del cuerpo para solidificarlo y transformarlo en alimento. Cristales de colores… según la preferencia de cada titán.

Un nuevo suspiro general se hizo escuchar. La situación había cambiado… y eran demasiado conscientes del hecho. Aquella tarea que se les había encomendado de eso hacía ya tantísimos años y que habían realizado con tanto ahínco ya no era posible. La humanidad misma lo había hecho imposible.

Si bien se creería que los titanes serían los únicos capaces de romper o recomponer cristales, poco se intuiría que los humanos, seres inferiores, serían capaces de realizar lo mismo, aunque a su manera. ¿De qué manera? La más destructora. Rompiendo y volviendo a romper los cristales una y otra vez para dar más vida, ser más, aumentar la familia.

«Antes era más fácil… Más… simbólico. Más bonito.»

—Son demasiados… y nosotros muy pocos.

Se taparon todos los oídos de repente. Ese sonido… ese estruendo… los desgarraba por dentro. El hambre… el gruñido del estómago del titán de tierra… y no tenían con qué alimentarle. No con el tiempo que tenían. No con las manos reducidas en número que eran.

—Otro terremoto está de camino.

Y otros llantos se elevarían al cielo llorando a los perdidos. Más sangre… más polvo… más todo.

Guardó el cristal en la bolsa que colgaba de su cintura e indicó a los demás que reanudasen la actividad. No cabía la desesperación en sus planes. No podía caber. Hasta el final… hasta cuando ya no serían capaces de frenar las lágrimas del titán de agua que gritaría famélico e inundaría las tierras, la ira del titán de fuego que haría brotar las llamas y la lava de su interior dando lugar a la sequía y la desertificación… Los huracanes del titán de viento…

Tenían que seguir recolectando, dando igual lo diminutos que fuesen los frutos de la cosecha. Era lo que había. Ellos no podrían cambiarlo.

Solo unas palabras más interrumpirían el silencio que se impondría entre las rocas y el olvido. Un par de palabras más…


—Necesitamos ayuda.