sábado, 16 de junio de 2018

Para T. A.: El tatuaje bajo nuestras pieles

Para T. A.: El tatuaje bajo nuestras pieles



Las gigantescas puertas de mármol se abrieron y una anciana hizo su entrada. Desnuda de pies a cabeza, siguió las instrucciones dadas previamente al situarse en el centro de un mosaico cuyos colores llamativos, representaciones del sol, la vida y la fertilidad, contrastaban con el aura espectral de la sala. Allí, sentados en sus tronos de piedra gruesa, los grandes jueces, seres etéreos de la antigüedad, dirigieron sus miradas gélidas hacia la recién llegada. 

—Arrodíllese. 

El recuerdo de una existencia tanto en los huesos como en los músculos de la humana se hizo notar en los movimientos lentos de su anatomía. Había sido una luchadora, mas los años eran los años… y el camino recorrido largo y sinuoso. 

Rodilla derecha por fin contra el suelo y rostro agachado, aguardó unas nuevas órdenes que nunca llegarían. En vez de ello, un haz de luz, sutil y de tonalidad azulada proveniente de los bordes del mosaico sobre el cual esperaba su veredicto, aportaría a esta veterana de guerra la sensación de paz interior que toda creación, estuviese esta revestida de piel, escamas o plumas, ansia. Pronto la liberarían de su carga. Ya no había prisa. 

Uno de los jueces chasqueó los dedos. De la espalda de la arrodillada ante ellos brotaría entonces un nubarrón oscuro que, poco a poco, iría cobrando forma. Un pistilo se vislumbraría, seguido de unos pétalos liberados de su prisión que podrían al fin abrirse para mostrar la belleza de una peonia al mundo exterior. 

Los presentes se quedaron callados, atrapados por unos pensamientos que una mente simple jamás llegaría a entender. Aquella flor, dotada de dos hojas atadas a ella por un tallo dibujado con finos trazos de tinta negra, era un cálculo difícil de resolver. 

—Otra vez ella… 

Y otra vez la toma de decisiones que suponía. Un tatuaje precioso… sin dejar de ser un quebradero de cabeza a cada nueva aparición. 

—Veamos las imágenes. 

El cuerpo de la anciana, congelado tras haber sido extraída la mismísima esencia, la chispa que permitía el correcto funcionamiento de la maquinaria que era, comenzó a desvanecerse para dejar tras ella una fina capa de arena repartida por las diferentes teselas del escenario anteriormente a sus pies. Esta última sería levantada por un remolino invisible, capaz de envolver la solitaria flor y hacerla desaparecer nuevamente de la vista de aquellos entes de manera provisional con el fin de crear una pantalla sobre la cual quedaría expuesto a gran velocidad el recorrido de la antigua portadora de tan delicado fardo. 

Niñez, adolescencia, madurez… Errores y logros, victorias y tropiezos… Una vida plena… mas imperfecta. 

—Deberíamos engrosar la línea de los sépalos. La base es demasiado débil. 

—No creo que sea problema de la base —contradijo un segundo juez—. De ser el caso, habría muerto mucho antes de lo previsto. 

Un nuevo silencio se impuso. ¿Qué hacer? ¿Cómo proceder? Si bien la perfección era imposible de alcanzar, debía de haber un punto próximo a ella. Intentar alcanzarlo era su objetivo y daba igual cuantas tentativas necesitarían para lograrlo, cuantos tatuajes elaborar o humanos gastar para saborear la sensación del trabajo realizado con esmero… Darían con la fórmula correcta tarde o temprano. Fuese a través de un tigre, un mándala o una calavera, obtendrían la mejor obra de arte jamás creada. 

—¿Qué opináis de un cambio de matiz? —propuso un tercero, menos ofuscado que los demás—. La clave podría estar en el enfoque, no en la estructura. Quiero decir: reforzar el diseño tan solo implicaría una vida más longeva que arrastraría el defecto unas décadas más. No se corregiría. Hemos conseguido la franja de tiempo que buscábamos sin accidentes de por medio. Ahora nos toca refinar, perfilar mejor las sombras o trabajar más el pigmento. 

—Afectará los sentimientos del portador. 

—Así es —confirmaría el mismo ser al apuntar directamente a la pantalla de arena—. Mirad. Mirad sus ojos. La falta de brillo, de emoción en sus acciones. El automatismo de una vida rutinaria. 

—No podemos crear un tatuaje que no implique un mínimo rutina. Desequilibra al portador. Rechaza la creación. 

—De ahí el matiz. Intensifiquemos el pigmento. Dejemos que la tinta hable por sí sola. Ya estudiaremos los resultados cuando lleguen. 

El remolino cesó y la arena cayó. La flor resurgió. Era el momento de deliberar. 

—¿Votos a favor del pigmento? 

Seis a favor, tres en contra. La idea no obtendría la mayoría absoluta, pero sería aceptada. De un nuevo chasquido, el tatuaje desaparecería, así como la arena repartida por aquel mosaico que tantos había visto ya pasar. Ya nada quedaría de la antigua portadora. 

La decisión había sido tomada. Era hora de avanzar. 

—¡Siguiente!