Para Princesse: Almas gemelas
Hoy, para San Valentín, quiero dedicar esta historia a una muy buena amiga… porque todos nos merecemos que nos digan, al menos una vez en la vida, que importamos. Da igual el tiempo, o el lugar, seremos, y somos, la razón de vivir de alguien que nos necesita más que todo en este mundo. No nos «urge» realmente tener un día oficial para representar estos sentimientos, pero... ¿por qué no? Princesse, si esto te hace feliz, me hará feliz también. Esta es la esencia que tenemos que transmitir, ¿no?
Todos tenemos a alguien a quien estamos destinados y nos es destinado, para bien o para mal. Todos tenemos a una persona con la que reír, llorar, soñar… por encima de todos los demás. Todos tenemos un alma gemela… por más simple o complicada que sea.
Eso es lo que se dice… Eso es lo que se cree… pero…
¿Y si no fuese todo tan fácil? ¿Y si, por el motivo que fuese, tu ser querido, tu alma gemela se encontrase en el otro lado del mundo? Sencillo, me responderíais. El destino haría que, inevitablemente, os cruzaseis en un momento u otro para daros cuenta de vuestras mutuas existencias. Además, los humanos estamos ciegos por naturaleza, o, dicho de otro modo, con los sentidos atrofiados. Podemos tener al ser amado junto a nosotros desde nuestra más tierna infancia y no percatarnos del ínfimo detalle hasta ya mucho más adelante. ¿Destino, otra vez? ¿Madurez de las almas? Sea como sea, así somos. Así de simples… así de complicados.
Sin embargo… una versión se nos sigue escapando. ¿Cuál? La más básica… y la más dolorosa. La que nadie quiere tratar… pero en la que todos piensan. Sí… estamos hablando de la separación de las almas gemelas por causas que escapan a nuestra lógica. Un accidente de coche… un experimento que salió mal… una enfermedad incurable… Da igual el inicio… pues todos tienen el mismo final.
En resumen… ¿Qué ocurriría con aquel, o aquella, si llegase a desaparecer su ser querido de la faz de la tierra de la noche a la mañana? ¿Destino, una vez más? ¿Estará condenado dicho ser a vagar por la vida hasta su respectiva muerte al igual que el agapornis cuya pareja dejó de existir? ¿Tomará, como en las películas de terror, el cuerpo de un tercero para regresar al lado de su amado o amada? Es posible que, simplemente… no ocurra nada… pues sin un alma gemela… ya no existe amor, sino una ilusión capaz de mantenernos activos hasta que nuestros cuerpos ya no sean capaces de moverse. Combatir para seguir adelante con una falsa realidad. ¿No son, acaso, los seres humanos mentirosos por naturaleza? ¿No son, acaso, demasiadas preguntas para el poco tiempo que tenemos? Tal vez sí… tal vez no…
Esta es mi versión… la que quiero compartir con vosotros… por más que duela… por más que el destino quiera jugar con nosotros y alejarnos de lo que más anhelamos, en el fondo de nuestras corazones. He aquí la historia de mi princesa.
***
Apoyado contra una pared que no lo sujeta, levanta la cara y la mira. No sabe dónde está, no sabe cómo ha llegado aquí, pero, simplemente, está. La observa dormir, plácidamente, sin pesadillas. Este sentimiento de paz le llena como un vaso de agua que tendrá que vaciarse en algún momento, sin más razón de ser.
Por la ventana, las primeras luces del alba empiezan a hacer su aparición. Pronto se despertará y el mundo se la llevará hacia donde el destino la obligará… pues todos, absolutamente todos, estamos atados a él con una cadena que nadie romperá jamás. Da igual. Unos minutos más… solo unos minutos más…
Suena el despertador. Ella, a regañadientes, se levanta. Un día más como los demás… sola, como cualquier otra mañana… triste en su interior, como cualquier otra mañana…
Él se aparta de su camino, pero en vano. El resultado, de todas maneras, es el mismo. No le verá, no lo sentirá… y así una vez tras otra… y otra… hasta que… ¿qué? No lo sabe. Ni se lo pregunta. En vez de ello, la observa, sin descanso, sin llegar a hartarse nunca de lo que tiene a escasos metros de su cuerpo… pues está enamorado de su pelo enmarañado, de sus bostezos matutinos… del color de sus ojos…
No sabe cuánto tiempo hace que la sigue, ni intenta saberlo. ¿Obligado a hacerlo o por voluntad propia? No recuerda ni su nombre… ni su propio aspecto… gran olvidado de los espejos. No le importa. Nada de todo esto le importa. Mientras ella siga, él seguirá.
Se sienta sobre uno de los pupitres allí presentes. Ella, ante él, intenta mantener el silencio en clase, tarea difícil considerando el apaño de niños revoltosos que le han tocado. Se ríe cuando ella gruñe… se entristece cuando ella lo hace… No lo entiende… ni quiere.
Ya muy atrás han quedado sus intentos de ayudarla. No habían brazos, ni manos que permitiesen atraparla justo antes de que la joven se cayera… ni palabras suficientes para reconfortarla cuando ella las necesitaba. Unos minutos más… solo unos minutos más… con ella… aunque ello significara mentirse hasta el extremo de… ¿de qué? No lo recordaba… ni lo deseaba.
Fue entonces cuando apareció él, entre clase y clase. Le sonríe… la anima… la reactiva. Esto molesta a nuestro ser… y mucho. Siente que no está bien, pues parte de sí siente una punción, un dolor intenso, por más que no sepa ubicar dónde. Se altera, se ensombrece… y recrea un aura, oscura, que la envuelve. Él se aleja… ella no sabe por qué. Ella se entristece. Vuelta al inicio… otra vez.
En el coche, ella no enciende el motor. Se queda sentada ante el volante y se pregunta, a sí misma, qué está haciendo mal. Nuestro ser, siempre expectante, le responde, aunque su contestación cae en el olvido del espacio y el tiempo. Sabes lo que quiere expresarle… sabe lo que quiere transmitirle.
«Eres perfecta. No estás haciendo nada mal. Yo siempre te protegeré.»
Mas sus pensamientos no llegan más allá… al igual que sus dedos que… atados por unos hilos que no siente, ya no le dejan tocarla. Duele… pero… hasta cierto punto… no importa. Eso quiere creer. Esto tiene que creer.
***
Los días pasan… las horas avanzan. Ella, tan preciosa a sus ojos, no se detiene. No puede, porque no quiere pensar. No quiere creer que este mundo está siendo cruel con ella, ella que, en todos sus aspectos, se moldea a sí misma con el único objetivo de adaptarse a los demás, ser aceptada tal cual es por los demás. Una lágrima cae, pero sigue… sin pararse… sin jamás detenerse… Así debe ser, pues, en alguna parte, alguien estará allí para… para…
«No puedo.»
No puede. No hay motivo para seguir si no hay un objetivo a la vista alcanzable. ¿Dinero? ¿Fama? ¡Qué más le da todo eso! Únicamente quiere a alguien que la escuche… alguien que, sin efectos del alcohol, esté dispuesto a quedarse junto a ella, por la noche, a sabiendas de que no huirá a la mañana del día siguiente. No puede y esto la hace llorar… inconsciente del público invisible que la observa. Él no lo entiende. ¿Por qué? Porque es perfecta incluso con sus defectos… y los seres perfectos no lloran. Se arrodilla junto a ella, intenta acariciarle la cara, apartar las lágrimas de su rostro, en vano. No puede… porque nada puede hacer al respecto. No lo entiende.
Es cuando ella decide sacar su teléfono. Marca un número ya conocido… un número que pertenece a alguien que sabe que la va a escuchar. Una amiga.
Se desahoga… respira… explica. Palabra por palabra, concepto por concepto… Define su soledad… concreta su tristeza. La presión de los que la rodean, los chicos a los que ahuyenta, una vida que parece vivir a medias… Una existencia así no puede ser posible… no sin alguien en quien respaldarse… no sin tener que recurrir a llamadas cada dos por tres para que alguien con la vida ya montada le suba nuevamente la moral. No quiere ser el lastre de nadie… pero ella… sola… no puede… y él, al fin… lo entiende.
Nuestro ser no se mueve. Recapacita. Recuerda. Tantos días, tantas horas, tantos minutos… ¿Por qué, en un principio? Sí, ella podía ser su imagen de la perfección, pero… ¿Quién era? ¿Qué hacía junto a ella sino adorarla? ¿Qué suponía su presencia junto a ella? ¿Era él el motivo de sus desgracias? ¿Por qué? Él no quería hacerle daño alguno… ¿Por qué pues?
Por amor. Por amor por aquella chica que veía pasar, todos los días, desde la ventana de aquel despacho. No la conocía personalmente, ni había sido lo suficientemente valiente para acercarse a ella y preguntarle, sin más… por su nombre. Ella era… había sido… el sol de su vida… desde las sombras desde las que la contemplaba. Preciosa y perfecta… pero…
Pero…
Ahora era demasiado tarde.
Ella acabó por calmarse. Su amiga había conseguido consolarla. No iba a ser suficiente, mas era como la tirita provisional sobre una herida. Se volvería a levantar… volvería a caminar… pero…
No. No más peros. Él tenía que actuar, al menos por primera y única vez en su tan peculiar existencia. ¿Imposible? Nah. Nada es imposible, siempre y cuando se esté dispuesto a luchar por ello. Lo conseguiría… y, en cierto modo… ya lo había conseguido. ¿Cómo? Porque la respuesta había estado allí, delante de sus narices, desde el principio. Los humanos somos ciegos por naturaleza… solo necesitamos tiempo… para adaptarnos… y salir de la estupidez. Lo haría por ella. Por el amor que siente por ella.
Solo por ella.
***
Le da dos besos. Se presenta. Es amable a primera vista, ciertamente atractivo visualmente. La joven ve en él a alguien, un antiguo amorío platónico de sus primeros años de adolescencia. No le molestaría seguir conversando con él, pero… ¿su mala suerte la dejaría proceder? Y si fuese así, ¿sería un primer contacto sincero o con interés? Teme arriesgarse. Teme mostrarse tal y como es, porque, hasta la fecha, esta realidad no le ha sido de gran ayuda.
No obstante, siente que, esta vez, algo es diferente. Siente que la comunicación fluye, sin retenciones. Siente un aura positiva que la envuelve, le da cobijo y esperanza. Nota una ligera brisa, casi imperceptible, que empieza a remover su cabello muy lentamente… una extraña presión sobre sus labios… una sensación… de…
«Yo… que en vida no pude decirte lo que quería admitirte con locura, te devuelvo la libertad, pues mi amor por ti es más una condena que una baza a tu favor. Lamento… por mis acciones egoístas… por mi empeño en seguir a tu lado… haberte hecho sufrir tanto… sin ni siquiera haber querido abrir los ojos para darme cuenta de lo que realmente sentías. Sé fuerte. No llores, aunque la vida duela. Mereces seguir… merecer vivir. Te necesito, es cierto… pero te quiero aún más. Por eso me marcho y te dejaré marcharte. Sé feliz. Te amo.»
¡Feliz San Valentín!